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ParisViviendo en Paris

Lo que nunca conté de París

He perdido la cuenta de cuántas veces me he tenido que mudar en mi vida. Hoy, le sumo una vez más a esa cantidad que no recuerdo. Dejo mi pequeño piso, de 29 metros cuadrados, en donde viví casi dos años desde que llegué a París.

Aún recuerdo cuando A. y yo nos mudamos aquí. Nos había costado meses encontrarlo, vimos una infinidad de apartamentos por internet, llamábamos por skype a las agencias, todas las llamadas se hacían a las 3:00am (hora Perú) y 10:00am (hora Europa), dormíamos fatal y la preocupación nos consumía cuando veíamos en el calendario que el día del viaje se iba acercando y aún no teníamos casa. Teníamos que llegar a Francia y tener donde dormir.

El problema surgía en que encontrar piso en París es tan difícil como encontrar “la gallina de los huevos de oro” (es decir imposible), no solo porque la demanda es altísima y los departamentos son pocos, sino porque pedían un sinfín de documentos, entre ellos muchos papeles personales de garantes franceses para que sirvan como enganche al momento de alquilar un piso.

Después de casi 4 meses jugando a perseguir el tesoro, encontramos uno que se veía bien en las fotos, que el costo estaba dentro de nuestro rango y en el que nos habían aceptado tener un garante peruano (por primera y última vez en la historia de Francia). Así llegamos a ese apartamento, un lunes por la tarde, donde Benjamín, el corredor de la agencia nos dio la bienvenida y las llaves de nuestra primera “casa” juntos. Hasta ahora recuerdo verlo coger una botella de vino del escritorio y despedirse con la otra mano mientras salía caminando.

El lugar era realmente pequeño, caminaba pocos pasos y estaba en el otro extremo del espacio, acostumbrada a los tamaños exagerados que hay en Latinoamérica, esto era realmente chico. Un solo ambiente era sala, escritorio y dormitorio. El baño estaba en el pasadizo y la cocina estaba en otro ambiente (esto ya era un lujo después de las cosas que vi por internet).

A la mañana siguiente, A. partió a clases y yo me quedé ordenando la ropa. Cuando terminé me fui a dar un baño, estaba ahí relajándome en la ducha, cuando de pronto sentí que alguien forcejeaba la puerta. ¿Escuché mal o alguien está tratando de entrar? – pensé, mientras salía de la ducha y me tapaba con una toalla. Cogí mi reloj y me fijé en la hora, aún faltaban 5 horas para que A. vuelva a casa.

Salí de la ducha mientras el agua formaba un charco en mis pies y vi la puerta de la casa tratando de abrirse y la cadena de seguridad evitaba que esta acción se realice. Me apresuré en empujarla para cerrarla con fuerza. Tocaron y luego volví a sentir como las llaves volvían a intentar abrirla. Pregunté en mi francés oxidado – ¿Quién es? ¿Qué quiere? – mientras hacía presión con el cuerpo para evitar que vuelva a abrirla.

Era el antiguo inquilino que había olvidado una botella encima del escritorio y que quería pasar para recogerla. Le dije que no había nada ahí, que por favor se vaya. Creo que no me hizo caso o poco me entendió, porque intentó abrir la puerta una vez más, mientras me resbalaba por el agua que tenía en los pies. Recordé que Benjamín la había cogido el día que nos dio las llaves, así que grité que no iba a abrir la puerta, y que por favor hable con él y que se vaya. Finalmente se fue y yo quedé paralizada, asustada y atoré la puerta con un mueble para darme esa “falsa” seguridad momentánea por un momento.

Una semana después el susto se repetiría nuevamente, pero con más intensidad. Cada vez que A. salía de la casa rumbo a sus clases, pasaban 10 minutos y alguien tocaba la puerta con toda la fuerza. Cuando me paraba corriendo y veía por la mirilla, no había nadie. Ya a ese punto me sentía loca y la depresión me estaba ganando. No quería salir de la casa, ni mucho menos de la cama. Andaba ahí asustada como un ratón. Para colmo de males, A. se iría a un campamento con su promoción por una semana y yo me quedaría sola todo ese tiempo.

Unos amigos de A. que vivían en París, vinieron a mi rescate. Alessandro era amigo del colegio de A. y Tatiana, su esposa, es coach y hablar con ella me ayudó mucho a superar ese terror en el que andaba viviendo. Tatiana me recomendó estar atenta al momento en que golpeen la puerta y que abra rápido cuando eso suceda. Tenía que enfrentar a esa persona que me estaba asustando todos los días sino iba a pasar una estadía muy pesada.

Una vez más tocaron la puerta con una fuerza brutal, salté hasta el techo del susto, pero esta vez no me iba a quedar mirando por la mirilla, sino que abriría la puerta. Saqué los seguros y me abalancé al pasadizo, en ese momento descubrí quién era: una señora anciana, con un aspecto tenebroso, cabellos blancos y sueltos que le tapaban parte de la cara, con la piel tan blanca y suelta como su pelo. – ¿Madame? – la llamé con la voz en un hilo. Volteo a los pies de la escalera y me miró con los ojos idos. – Madame Dumont – me dijo. ¿Usted cree que puede llevarle una carta a mi esposo?, no lo veo hace tiempo y no sé en dónde está – ahí estaba mi mayor temor, una señora con demencia senil que me había estaba confundiendo con sus antiguos vecinos.

Nunca diré que me dio ternura porque durante los dos años hizo de todo para que ese sentimiento nunca florezca. Tiraba bolsas de basura en mi pasadizo, me tocaba la puerta, gritaba desde su puerta. Solo paró cuando un día, a las 3 de la madrugada, olvidó sus llaves dentro de su casa y empezó a golpearnos la puerta sin parar. Cuando salí la vi con un babydoll, casi desnuda y era invierno. Le di una frazada, una silla, la abrigué y le di una bebida caliente mientras llamábamos a la policía para que la ayuden. A partir de ese día dejó de tocarme la puerta sin control y aunque no se acordaba de mi después de ese episodio, algo en su cabeza le decía que no debía torturarme más.

No todo fue malo

Pero en ese piso no solo hubieron momentos densos, también me trajo recuerdos inolvidables y lindos. En mi afán de salir de esa depresión en la que me estaba metiendo, empecé a cocinar. Antes, todo se me quemaba, pero en esa casa empecé a seguir las recetas y poco a poco los platos empezaron a salir y deliciosos. La sazón de mi abuelita empezó a apoderarse de mi. Hice tomates rellenos (a falta de rocoto) pastel de papa, ají de gallina y hasta lomo saltado.

También empecé a escribir para El Comercio con más frecuencia y eso me ponía feliz porque ya no solo me leían ustedes (que son súper importante para mi), sino que llegaba a muuuchas mas personas.

Empecé a tomar clases de fotografía de productos y eso me abrió puertas para conectarme a empresas que querían que les tome fotos para sus productos. Empecé a dedicarme más a hacer webs también para varias empresas, mientras que además, mis clientes de Perú, me pedían proyectos de arquitectura.

También me metí a clases de escritura y hasta los sustos que me llevé con mi vecina me sirvieron para crear un cuento que quedó seleccionado y será publicado en el libro de la escuela en Madrid.

Así poco a poco, de todo lo malo empecé a sacarle el lado positivo y aprendí a querer ese pequeño estudio. Hoy dejo ese lugar que se convirtió en mi hogar desde hace casi dos años cuando me mudé aquí. Hoy, nuevos retos nos esperan a mi y a A. Es momento de empezar a vivir nuevas historias y experiencias. Y ustedes, ¿me acompañarán?

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©Los viajes de Mary Blog 2017. Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción.

3 Comentarios

  • Nopues con esa abuelita acosadora, me imagino que no muchos se aguantan dos años viviendo en ese piso, a ver si no seria por eso que el dueño les aceptó el fiador peruano
    Pero bueno que rico q de esa amarga experiencia hallan resultado cosas buenas. Mucha suerte en tus nuevos proyectos y pa la próxima toca checar a quien tienes de vecinos

  • Luis dice:

    Cómo se llama el libro o la escuela? Yo vivo en Madrid y me encantaría leer la historia! Mucho ánimo! La vida de emigrante es dura y fascinante en partes iguales! A veces más dura pero otras más fascinante jejeje

  • Cristina Sosa Schulze dice:

    Hoy te leí por primera vez…. Eran las 6:30 y como todos los días tomaba “carrera” para salir a la feria de frutas, relevamientos de trabajo y supermercado. Sin olvidar dejar a los niños en el cole.y terminar para las 8:30hs. Y mientras desayunaba me tomé 5 minutos para leerte.
    No sé porqué pero mis corridas fueron distintas. Imaginarme a tu vecina y el anclaje tu piso, mediante tus palabras me transportó esa hermosa ciudad. Gracias… seguro no ser la última vez. Éxitos en tu nuevo lugar…seguro te vas a apropiar, lleno de nuevas aventuras y aprendizajes…

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