Siempre nos quedará París

Siempre nos quedará París, pensé. Tres años han pasado desde la primera vez que vi esta vista desde mi ventana, con lo difícil que es encontrar un piso en París y más aún con esta vista a la Torre Eiffel.

Ya le había dicho a A. a que no se sorprendiera, ni se inmutara si veía la Torre Eiffel desde la ventana porque a la más mínima sorpresa que nosotros mostrásemos frente al agente inmobiliario el precio del apartamento empezaba a subir curiosamente por costos adicionales que faltaban mencionar en el anuncio de alquiler.

Dentro de los requisitos del nuevo apartamento estaban:

1. No tener una vecina loca

2. Tener barandas para colgar macetas con flores

3. Tener buena iluminación y cero humedad

4. Y por último pero no menos importante, tener vista a la Torre Eiffel.

Estos cuatro requisitos no eran negociables. Ya había sufrido con una vecina loca que me golpeaba la puerta y me asustaba cada día. Ya había pasado por problemas de piel a raíz de la humedad de mi antiguo apartamento. Y bueno, las flores y la vista a la torre, no eran algo vital en mi vida pero eran de esos sueños que quería cumplir viviendo en la ciudad de la luz.

Como por arte de magia después de cientos de visitas, dossier rechazados y agentes inmobiliarios poco amables; encontramos un piso que cumplía con esos cuatro requisitos.

Vista a la Torre Eiffel

Aún recuerdo la cara de asombro de A. al ver la Tour Eiffel desde la ventana. También recuerdo cómo le respondió a la agente inmobiliaria con su cara de seriedad cuando nos dijo – “Tiene vista a la torre”.

– Sí he visto pero es una simple antena. Bonita pero una antena al fin y al cabo – .

La cara de la corredora desconcertada y los costos se mantuvieron como desde el inicio. Una semana después el apartamento era nuestro. 

La idea era quedarnos un año pero como toda nuestra vida o estadía en París; el año se volvió en años que hasta hoy suman un total de 5.

Siempre nos quedará París

La relación que tuve con París siempre fue de amor y odio. Así como hace 5 años me recibió con poca amabilidad; hace unos días no me dejó ni decirle adiós de la manera que se lo merecía. Tuve que salir corriendo y más rápido de lo que pensaba a causa del coronavirus.

Cuando justo empezaba a quererla, y no de la manera idealista en la que la aman los turistas sino de una manera real; tuve que decirle adiós. Porque déjame decirte París, que yo te conozco en tus momentos bellos y románticos, pero también te conozco en tus malos ratos y con tus altanerías. Te conozco como una pareja que se conoce en los buenos y malos momentos en una larga relación.

Infinitas gracias

Fuese como fuese no me alcanzan las palabras para agradecerte. Gracias por enseñarme tanto, por darme el don de la paciencia, ese don que ya había perdido en Lima. Gracias por dejarte mostrar a los cientos de viajeros cuando hacía tours caminando por tus calles y contándoles tus secretos, por esas tardes en mis clases de Historia del Arte en el Louvre.

Gracias por tus atardeceres infinitos a las orillas del río Sena, por tus lluvias sin previo aviso, por esos días en los que estuviste bellamente vestida de blanco por la nieve.

Gracias por los amigos increíbles que me regalaste, por la confianza que hiciste crecer en mí, gracias por volverme fuerte con tus golpes, por dejarme ver lo vulnerable que puedo ser.

Y finalmente, gracias por haber recibido a mi bebé. Ahora no sólo me unen muchas cosas, sino que tengo un vínculo importante contigo porque en tu suelo nació mi bebé, mi parisino y esto me unirá eternamente a ti. 

Hoy, 15 de marzo, veo este apartamento totalmente vacío después de la mudanza, y los recuerdos de tres maravillosos años vienen a mi mente.

Me despido de esa la luz de las tardes que tanto amé y bañaba cada cuarto en mi apartamento, la madera del piso crujir y la vista a la Torre Eiffel. En el espejo veo mi reflejo el de mi esposo y el de mi bebé. Estoy segura que este apartamento estará en mis recuerdos más preciados cuando me vuelva mayor. Gracias París, gracias por tanto. Siempre nos quedará París.

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