Fue en diciembre del 2015 que compré mi pasaje Singapur – China. Recuerdo que un viernes por la tarde A. llegó de sus clases en París, y me dijo: la escuela ya reservó el hotel y compró los pasajes para Shanghái, y recién nos han avisado. Irían una semana a China como parte de sus estudios en Asia.
Debo admitir que no estuve muy contenta al momento de comprar mi pasaje, primero, porque sentía que una semana en una sola ciudad me parecía tiempo perdido; segundo, porque tendría que viajar sola hasta un lugar en el que según había leído, el inglés era casi nulo; y tercero porque la verdad que China no me llamaba mucho la atención.
Sé que muchos leerán esto y me querrán disparar por lo que acabo de escribir, pero siento que los destinos que vas a conocer tienen que ser visitados cuando estés preparado y con las ganas de descubrir y destaparlos, sino por lo contrario terminas imbuida en tu burbuja y sin conocerlos como deberías.
Incluso, creo que China aún no quería que la conozca, ya que tuve tres oportunidades de sacar la visa y por un tema u otro no podía, finalmente en el último intento, me la dieron.
Cuando estaba por dejar Singapur, el lugar donde había pasado casi dos meses, me ponía triste, porque de alguna manera me había sentido cómoda, con una rutina más o menos estructurada que extrañaba tener, haciendo deporte todos los días y donde me sentía segura. Sabía que debía dejar todo esto pronto, no sólo por China, sino porque debía regresar a Europa tarde o temprano.
A veces esto suele pasar, no crean que los amantes de los viajes siempre quieren subir a un avión, también se extraña una rutina y un lugar estable donde vivir. Sí, ya sé que algunas amigas con las que he conversado en los últimos días me dicen lo afortunada que soy, yo también pienso que ellas lo son por tener su vida un poco más estructurada y saber al menos qué harán o dónde vivirán dentro del siguiente año, yo por el contrario no tengo idea de dónde estaré de acá a 7 meses.
Ese es el problema, ninguno está completamente contento con lo que tiene, por algo dicen que los humanos somos complejos.
Mi viaje hacia China no resultó complicado. Me dejé entender con mi inglés básico, llegué al aeropuerto y pasé por migraciones sin problemas. Lo que sí fue difícil, fue descifrar todos los caracteres para saber qué ticket comprar y cómo llegar al hotel donde A. me estaría esperando.
En estos 5 días que he pasado en Shanghái he descubierto varias cosas de sus habitantes y de esta cultura que desconocía.
Desde que llegué, vi a muchos con una máscara quirúrgica puesta, preguntando e investigando supe que usaban esto porque estaba en una de las ciudades más contaminadas de China y con el récord del mayor tráfico del mundo.
De hecho, el mayor atasco que se vivió aquí duró 12 días seguidos, sin que nadie pudiera hacer nada por eso. Ahora ya entendía por qué usaban esas mascarillas que tanto me llamaban la atención.
Por otro lado, no puedo evitar hasta ahora retorcerme cada vez que escucho que alguien aspira fuertemente para escupir, es algo que me pone los nervios de punta y aunque trato de acostumbrarme a que escupan sonoramente, aún no lo logro.
También noté que a pesar de estar en la ciudad más poblada de China con más de 20 millones de habitantes y de encontrar olas de gente en sus estaciones de metro, no me empujaron en ningún momento, a veces me trataban de cerrar el camino o colarse delante de mí, pero nunca sentí esa masa aplastante a mi alrededor.
Otra cosa que me ha sorprendido, es encontrarme con una ciudad prácticamente cosmopolita pero en donde casi nadie habla inglés, lo cual secretamente me pone contenta. Ya sé que el inglés es el idioma más importante y que todos lo debemos aprender, pero me encanta saber que para los chinos no es su prioridad, así como no fue mi prioridad por años.
De nada sirve acá que hables el mejor inglés que has aprendido en tus clases de idiomas, o hables el inglés más fluído por ser nativo, nadie te entenderá.
Varias veces escuché a A. usar frases relativamente sencillas como: “I want one piece of cheesecake, please” y la señora que lo atendía se le quedaba mirando y abriendo sus pequeños ojos rasgados como platos, y yo por atrás me reía un poco, mientras me acercaba y le decía un simple: “o-ne chee-se ca-ke, plea-se”, la señora asentía y me daba lo que estaba pidiendo.
Entonces se preguntarán, ¿cómo podemos comunicarnos? ¿con gestos?, seguramente pensarán que los gestos acá te ayudan, pues déjame decirles que tampoco, el lenguaje corporal que conocemos, aquí no lo entienden. Lo que funciona es sonreír y señalar todo lo que puedas para hacerte entender sin que te pierdan la paciencia y tratar de que se rían contigo, y verás que se entenderán mutuamente.
Una vez, estando en París paseando con una amiga de Perú, un grupo de asiáticas se acercaron corriendo hacia mí, me cogieron del brazo y le pidieron a alguien desconocido que por favor les tome una foto. Yo primero quedé paralizada sin entender que pasaba y luego me dejé llevar.
Ahora, estando en China, me siento como una estrella de cine y aprovecho dejar mi vergüenza a un lado y disfrutar de reírme hasta que me duela la panza. Primero varios te miran, vuelven sus cabezas y no paran de verte. Luego, alguno más avezado se acerca a ti y te pide una foto con ellos, una vez que aceptas, no paran de acercarse a ti para tomarte más fotos. Estoy segura de que ahora soy famosa en las redes sociales chinas, casi como si fuera un monito de feria para ellos.
Por último, siento que esta ciudad que está llena de gente es una de las más solitarias que he visitado. En el repleto metro casi ni se oyen voces, prácticamente todos están mirando hacia abajo, pegados a sus gigantes pantallas de celulares, esto es parte de estar en uno de los países más tecnológicos del mundo, a los que por el momento esquivo visitar, para evitar esa desconexión antipersonal de la que se padece en estos últimos años.
En fin…yo volveré a China sobre todo cuando ella me quiera aquí, yo iré a ella.
También lee la segunda parte de mi viaje a China: Shanghái quiso mostrarme quién era
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