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España

Mirando Madrid con otros ojos

El fin que pasó estuve en Madrid, fue un viaje especial para mí. Fui hasta la capital de España explícitamente para recoger un libro en donde se había publicado un cuento mío, no un cuento para niños, sino un relato, una pequeña historia que escribí para mi curso de escritura (y pensar que casi no lo envío).

INSPIRACIÓN

El personaje en el que me inspiré para el cuento fue mi vecina. Sí, la señora con demencia senil que me acosaba en mi antiguo piso. Nunca me planteé escribir sobre ella. Aún recuerdo ese domingo, era el último día para enviar el cuento si es que quería que entre en esa publicación. Como a veces me pasa, suelo procrastinar y no hago las cosas con tiempo (como debería ser en el mundo ideal, menos en el mío) y esta vez no fue la excepción. No había estado “inspirada” para escribir y esperaba que venga el hada de los sueños y me de alguna idea. Obviamente esto nunca pasó.

Ese día, a las 7:00am con pereza y con ganas de seguir durmiendo, aprovechando que era domingo, abrí los ojos como platos y me quedé mirando el techo de mi cuarto que lo tenía a pocos metros de mi cara porque mi cama estaba en altura y recordé que era el último día que podía enviar el relato.

VAMOS A INTENTAR

Desperté a A. con pequeños golpecitos con mi codo, y le dije: no he escrito nada. ¿qué hago? ¿intento o sigo durmiendo? El pobre de A. que no entendía de qué le estaba hablando me dijo: inténtalo. Esbozó una sonrisa, giró y siguió durmiendo.

Bajé las escaleras a trompicones, no tenía tiempo que perder. Me senté en ese escritorio hermoso de madera que ahora tanto echo de menos, abrí mi computadora y esa pantalla blanca inmaculada del Word que tanto me suele atormentar, no duró mucho tiempo así. La inspiración llegó gracias a los ruidos que hacía mi vecina, me imaginé por un momento estando dentro de su habitación en ese día de invierno. Como si la espiara, empecé a dejarme llevar por su historia, esa de la que no sabía nada pero que podía imaginar.

Así fue que poco a poco la historia empezó a brotar y a formarse, hasta tomar consistencia. Cuando acabé, A. recién se despertaba y me miraba desde lo alto. Le pedí que me ayude a leerla y si estaba bien, la enviaría.

MADRID

Ahora estaba en Madrid, en ese hermoso anfiteatro del Palacio Cibeles esperando a tener ese libro en mis manos. Cuando lo recibí no podía de la emoción. Ese era un pequeño primer paso para empezar ese sueño que quiero cumplir: Escribir un libro, pero no cualquier libro y mucho menos de viajes, como muchos a los que les he contado han creído, sino una novela.

Tengo dos opciones, pero aún no me decido cuál será la elegida. Una tiene que ver con mi país y me llevará muchos meses o años de recolectar información y la otra idea es una novela más “simple” sobre París, la ciudad que ahora me tiene enamorada.

MIRANDO MADRIR CON OTROS OJOS

Pero volviendo al tema, (no me quiero desviar, ni aburrirlos a ustedes) esta vez que fui a Madrid, hice lo que hace mucho no hacía: disfrutar de la ciudad de una manera diferente. Revisé con tiempo los lugares que quería conocer en este viaje, guardé fotos en mi Pinterest, hice un itinerario para ver dónde comer, qué ver y a dónde ir.

Por primera vez puedo decir que he conocido Madrid y me ha gustado mucho. Antes no le daba la oportunidad, siempre la había visto como una ciudad de paso y ahora la vi con otros ojos. Visité el Parque de El Retiro, uno de los pulmones de Madrid, con 125 hectáreas y más de 15.000 árboles, y llegué hasta el Palacio de Cristal, donde me tomé fotos hermosas. Si ustedes van a Madrid, no dejen de ir a estos dos rincones.

También entré por primera vez al Museo del Prado, y aunque la entrada y la prohibición de tomar fotos dentro del museo, no me gustaron, fue lindo poder ver en vivo y en directo la obra de Diego Velázquez “Las Meninas”. Un cuadro que llevo años recordando porque mis abuelitos tenían una copia en su sala de música, y ahora ni esa sala, ni esa reproducción, ni mis abuelitos están. Ver ese cuadro me emocionó y recordé muchas cosas de esos años.

Cerca al Museo, se encuentra la Iglesia de San Jerónimo el Real, que es sinceramente muy bonita.

También aproveché para comer un poco de comida española, que no solo es sabrosa, sino muy barata. Tomé algunas claritas (cerveza con limón) y disfruté de escuchar español a mi alrededor (el francés es lindo pero más lindo es escuchar tu idioma por todos lados).

El último día me quedé sola en Madrid, porque A. debía volver a la oficina y yo había decidido quedarme un día más para disfrutar también de mi soledad. Ese día me levanté muy temprano y salí a caminar sin un rumbo muy fijo y sin saber que tenía muy cerca de ese pequeño hostal al Palacio Real y el Templo de Debod.

Gracias a todos ustedes que me acompañaron ese día y que me saludaron por mi cumpleaños! Me encantó recibir tantos mensajes tan llenos de cariño en Instagram y Facebook. Para los que me pidieron que comparta el cuento, aquí se los dejo, espero que les guste:

TIEMPOS PERDIDOS

Era muy temprano aún, o quizás todavía era de noche, no podía recordarlo. Veía por su pequeña ventana y no entraba luz alguna, toda la habitación se tornaba gris y fría. No llevaba reloj.

Con los ojos abiertos mirando el cielo raso de su habitación, por un segundo perdió la noción del tiempo. Se levantó a la séptima vez que su cerebro le dijo que ya era hora. Frotó la cabeza contra la almohada, retiró despacio el edredón y se incorporó como en cámara lenta. Dio los primeros pasos del día, se abrigó con su chal tejido a crochet que hizo alguna vez para salir a pasear con su esposo en esas frescas tardes de primavera. Ahora, ese chal parecía haberse deteriorado como su calentador de agua que demoraba en hervir.

Cuando giró a recoger la taza para prepararse un té, miró alrededor y vio que la habitación poco a poco iba aclarándose por la suave luz del día. El sonido del agua hirviendo la sacó de sus pensamientos, giró la cabeza y se quedó ahí, mirando como el agua ebullía y el calentador se agitaba sin cesar. Inmóvil y perdida en sus pensamientos, se preguntó por qué había agua calentándose y qué hacía ella en ese cuarto frío y gris.

El botón del calentador saltó, el agua había terminado de hervir y eso le recordó que iba a recoger su taza. La alzó lentamente mientras daba largos pasos hasta llegar a la pequeña mesa, abarrotada de cosas que ya no servían pero, en sus idas y venidas, siempre sentía que en algún momento las podía necesitar de nuevo; las empujó lentamente con sus deformes manos atacadas por la artritis y empezó a servir el agua hirviendo, derramando un poco alrededor. Abrió un pequeño paquete de papel, sacó una bolsita de té negro y lo sumergió poco a poco, la bolsita se quedó flotando hasta que ella la empujó suavemente con la cuchara, se hundió.

Jaló la silla, las patas de madera al rozarse con el pavimento produjeron un chillido que la alteró, dio un manotazo a todos los papeles que había sobre el asiento, salieron volando papeles con publicidades, sobres con cuentas, viejas postales y las fotos de sus recuerdos. Se sentó adolorida y con dificultad. Abrió una cajita metálica con galletas de mantequilla, de la misma marca que compraba su madre cuando ella era niña, cogió una y la sumergió en la taza, la textura dura se volvía blanda, en el punto ideal en el que le gustaba comerlas y sin que le hicieran daño a su delicado paladar, comió una, la saboreó.

Prendió la radio y una canción de Mercedes Sosa se coló por los parlantes. Sus ojos azules que ahora eran grises, se quedaron mirando hacia la ventana. Esa melodía triste la llenó de nostalgia y empezó a tararearla suavemente, como si recordara la canción pero solo era capaz de seguir la melodía mientras emitía ruidos con su lengua y garganta – tatan tatatintinta tatan tan tantata –. Sus ojos se llenaron de lágrimas sin que ella pudiera detenerlas, derramándose, como si fuese un río que sigue su cause, en esas profundas arrugas. Las gotas saladas le llegaron a la boca y ella las relamió junto a esos pequeños trozos de galleta que le habían quedado en las comisuras de los labios.

Empezó a sonar una canción de Leonardo Flavio, no la recordaba ni para tararearla. Ese cantante que ella tanto amaba de joven, del que no se perdía ni un solo concierto, ahora le sonaba lejano. Un retorcijón en el estómago le hizo recordar algo: una mujer con piernas esbeltas con altos tacones negros y una falda corta. Se las tocó y solo sintió la flacidez, sus dedos se hundieron en esa carne suelta que ahora, en nada se parecían a esas piernas que ella recordaba. No eran las de ella o quizás si.

El cielo se puso negro y empezaron a caer goterones de lluvia, algunos chocaban contra el cristal de la ventana, y otros caían sobre la pista. El sonido que producían al golpear el concreto mezclado con el chirrido de las llantas de los autos que pasaban por la calle, semejaban las olas del mar. En estos días, ese sonido tan cotidiano e incluso molesto para otros, se había convertido en su favorito del día. Cerró los ojos e imaginó estar en esa playa de fina arena blanca, al calor del sol. Dejó caer el vestido sobre la toalla de felpa, nadó con brazadas seguras. Luego de espaldas. Nadaba y flotaba, dejándose mecer por las olas junto a la orilla. Abrió los ojos pero el radiante azul del cielo no estaba ahí. En su lugar, un techo enmohecido apareció frente a ella. Refunfuñó.

La luz por la ventana se empezó a ir lentamente, y la habitación se volvió oscura de nuevo. Ella seguía sentada en esa mesa.

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